Descubriendo tesoros escondidos en el bosque

A veces dentro de la masa forestal, como figuras fantasmales, insólitamente tropiezas con edificaciones abandonadas, restos de construcciones que no se comprenden, de las que no identificas una funcionalidad clara. Carecen de aspecto clarificador de masías, castillos o fábricas.

A veces dentro de la masa forestal, como figuras fantasmales, insólitamente tropiezas con edificaciones abandonadas, restos de construcciones que no se comprenden, de las que no identificas una funcionalidad clara. Carecen de aspecto clarificador de masías, castillos o fábricas.


Es curioso cómo las ruinas suscitan mucho más interés cuando se encuentran en medio del bosque, donde nunca habrías imaginado, donde no debería haber nada. Hallazgos que también despiertan momentáneamente la emoción del tesoro, de la aventura, con esa intensidad propia de la infancia, bucólica y excitante.


Ese será un día para recordar, sobre todo si a posteriori, buscando e investigando se revela un relato tan interesante e inesperado como la propia edificación.


 


En la Sierra de Can Dulcet topé con una de estas edificaciones y también con una historia, la del telégrafo óptico.


 


Se trata de una torre inmersa en la vegetación, de estructura cuadrada, sin techo y con una altura cercana a los 6 metros. Sus muros son notoriamente gruesos, de piedras grandes, distribuidos en lo que debían de ser tres plantas y con aspilleras repartidas por todas ellas, en cada lado. Construida y utilizada para la telegrafía óptica.


 


En el siglo XVIII en Francia se desarrolló la telegrafía óptica, un sistema de comunicación lumínico codificado que se transmitía entre construcciones alineadas y visibles entre sí, destinado para el uso militar y para mantener el orden público.


En Cataluña también se implantó este sistema, aunque la construcción de la red no se inició hasta 1840 en plena época carlista y con una vida más bien efímera, de encase 20 años de uso.


 


La red prefería evitar la construcción de torres en parajes deshabitados y utilizar edificios gubernamentales, castillos, torres de iglesias o masías fortificadas. Sin embargo no fueron pocas las torres que tuvieron que edificarse en puntos geográficos aislados.


 


Siguiendo la tradición de la ingeniería militar española, las torres debían ser baluartes de defensa totalmente fortificados. A su alrededor se excavaba un foso o levantaba un muro. Su único acceso era una puerta situada en la segunda planta, a unos tres metros del suelo, a la que se accedía con una pasarela o escalera de madera que se sustraía en caso de ataque. Cada pared y nivel contaba con estrechas aspilleras por el combate.


 


La Torre de Can Dulcet, en una altitud de 400 m en Collbató, en el Baix Llobregat, es la número 6 de la línea de comunicación de poniente, entre Barcelona y Lleida. Se comunicaba con la número 7 en Can Maçana y con la número 5 de Esparreguera. Inició su funcionamiento en 1848, durante la Guerra de los Matiners, facilitando la comunicación entre Montjuïc, el punto número 1 en la Ciudad Condal y la torre 24, en Lleida. Ésta no era la única línea, también se había unido Barcelona con Valencia y Madrid por el sur.


En 1862 se abandonó este sistema de comunicaciones y la torre quedó en desuso.


 


El personal que se ocupaba de las torres debía ser disciplinado, displicente, con formación de combate y sufrir las duras condiciones del invierno propias de los sitios aislados elevados de buena visibilidad, con viento y frío intenso. Este perfil era cubierto normalmente por licenciados del ejército que habían combatido en los frecuentes conflictos de la época.


Su paga era baja y debido a la inestabilidad política normalmente con significativos retrasos. A esta situación de miseria le acompañaba la desgracia, por la fatiga cimática a la que se exponían las enfermedades y las defunciones frecuentaban entre sus trabajadores.


 


Localización: N 41 33 22.84 E 01 48 59.42

Entrearbres. Cristina Montserrat